Días grises

No se trata de clima, aunque también... hay días que amanecen grises pese a que el sol brille. Yo, cuando tengo uno de esos días grises, me pongo melancólica. Y echo de menos a ese pequeño bichillo que algún día correteará por mi casa. Pero no es solamente eso, también me ocurre que veo fantasmas por todas partes, fantasmas que vienen a por mi, a llevarse un poco de esa autoestima que tanto me cuesta recabar. Y de pronto, no les gusto a mis amigos, ni a la gente que me rodea, a todos sus comentarios les encuentro doble sentido –y me quedo con el peor, claro- y me siento sola e ignorada.

Sé que puede resultar muy cansado pasarse la vida animando a otro, sobre todo porque todo el mundo tiene sus propios problemas y seguramente los míos les parecerán una tontería. Pero por ejemplo, si un día digo que no tengo humor para nada, que estoy un poco chof, espero una palabra, una sola... una respuesta, aunque sea “recibido, cambio y corto”.

Quiero pensar que hay algo bueno en estar sola entre mucha gente. Solo me falta el valor para encontrarlo. Porque no quiero descubrir que no es así y... estar sola, sin nadie con quien compartirlo.

Así que mientras tanto, me quedo sola, con mi melancolía, mis pensamientos retorcidos, mis nubes grises y esa presión en el pecho que me recuerda que estoy viva... sola, pero viva. Rodeada de gente, sola. Amada y amante, sola. Y rebusco entre lo que tengo alrededor hasta dar con el flotador que me ayude a salir de mi propia isla desierta e ir hacia ti, hacia vosotros. Y de nuevo sentirme arropada.

Un ir y venir a la isla de la soledad con la única ayuda de mi misma y de este blog, que en ocasiones es mi mejor compañero

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